El Estado Islámico-Khorasan (EI-K), el grupo yihadista más radical de Afganistán, lanzó una campaña de atentados para desestabilizar el «emirato» proclamado por los talibanes con el objetivo de arrebatarle la antorcha de la «yihad», la guerra santa, según los analistas.
La organización nació oficialmente a finales de 2014 cuando juró lealtad a Abu Baker Al Baghdadi, jefe del efímero «califato» islámico en Irak y Siria.
«El grupo armado se ha convertido en pocos años en un conglomerado de antiguas organizaciones yihadistas, entre ellas uigures y uzbekos, o talibanes desertores», explica Jean-Luc Marret, investigador de la Fundación para la Investigación Estratégica.
El EI-K pretende restablecer su propio califato en Asia Central, en una región histórica llamada «Khorasan», a caballo entre Afganistán, Irán, Pakistán y Turkmenistán.
Según las Naciones Unidas, el EI-K tiene entre 500 y varios miles de combatientes en Afganistán, principalmente en el norte y el este del país, y dispone de células en la capital.
Crecimiento
Desde 2020 lo dirige un misterioso Shahab al Muhajir, cuyo nombre sugiere un origen de la península árabe.
Sobre ese dirigente circulan muchas teorías, desde que podría ser un exmilitante de Al Qaeda hasta que podría tratarse de un infiltrado en la red talibana Haqqani.
Hasta 2020, el EI-K era una organización que estaba en decadencia y cuyo estado mayor había sido diezmado por los ataques estadounidenses.
Pero la llegada del nuevo jefe «desembocó en un cambio radical para la organización, que pasó de ser una red fragmentada y debilitada a la temida falange que es hoy», dice a la PAF Abedul Sabed, experto de los grupos para la plataforma especializada Extra.
Bajo su dirección, los combatientes clandestinos «hicieron hincapié en la guerra urbana y la violencia simbólica».
En 2021, el EI-K reivindicó más de 220 ataques en Afganistán, incluidos tres atentados suicidas mortales desde que los talibanes volvieron al poder: contra el aeropuerto de Kabul, una mezquita en la capital y otra mezquita chita en Kunduz.
Ataques
El atentado contra el aeropuerto en agosto dejó más de 100 muertos, entre ellos 13 soldados estadounidenses, y el de Kunduz, en el norte del país, más de 55.
«Aunque los talibanes siguen siendo su objetivo principal, el EI-K elige principalmente objetivos fáciles como lugares de culto, instituciones educativas y hospitales», para obtener un mayor impacto psicológico, explica a la AFP Abedul Sabed.
En el centro de la ideología del EI-K, que se presenta como el único garante de una visión consumada del islam, hay un enfoque genocida de las minorías shiitas, consideradas «heréticas», en particular de los hazaras.
Los talibanes y EI-K son sunitas y por momentos combatieron juntos, pero actualmente sus estrategias son opuestas.
Los talibanes se ciñen al territorio de Afganistán, mientras que el EI-K busca internacionalizar la guerra santa.
El EI-K dijo que los talibanes se habían «vendido a los estadounidenses».
Sin embargo, existe cierta «porosidad» entre algunos talibanes y el EI-K, en particular en algunas localidades remotas, dice Sayed.
Barbara Kelemen, analista del grupo de estudios Dragonfly, dice que «miembros descontentos de los talibanes» se pasaron a EI-K.
«El principal mensaje de los talibanes a la población afgana desde el 15 de agosto es que han restablecido la estabilidad poniendo fin a la guerra. Pero estos ataques terroristas (del EI-K), como el de Kunduz, socavan significativamente este relato», dice a la AFP Michael Kugelman, experto de la región en el centro Woodrow Wilson.
A diferencia del régimen anterior, los talibanes tienen por ahora medios limitados en términos de inteligencia y contraterrorismo.
A largo plazo, «tendrán que apoyarse en la red Haqqani, en Al Qaida y otros actores armados para los efectivos, la experiencia de combate y el apoyo logístico», asegura el think-tank estadounidense Soufan Group.
(AFP)